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UN HOMBRE SIN LUZ "Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan tos que están rendidos. ¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola, más que un tesoro, al que se alegrada ante ta tumba y gozaría de recibir sepultura, al hom– bre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?" (Job 3, 16-17. 20-23). La desesperación de Job llega a la sumo: No sólo no querría no haber nacido, sino ser como un aborto. El ser al que le ha sido dada la vida, y se la destruyen. Los prenacidos que son enterrados sin ningún rito en cualquier rincón del mundo. O quemados y ti– rados luego a la basura, como desgraciadamente se hace ahora en tantos hospitales de ciertas naciones llamadas civilizadas. Un aborto sería lo último que desearíamos ser. Un aborto sería lo último que cualquier persona honrada desearía cometer, pues es el peor de los crímenes. Job hubiera preferido ser eso antes de sufrir lo que está su– friendo. Y sigue con sus interrogantes prendidas de amarguras. Que son como alfileres que punzan de preguntas el cielo y la tie– rra. Y que incluso se atreve a culpar a Dios . Digamos que el dolor de Job, como el de tantos hombres que sufren horriblemente, merece nuestra comprensión y disculpa, pero no podemos estar de acuerdo con ellos. Porque la vida es un gran don de Dios. El don que hace posibles todos los otros. Vivir es la gran oportunidad que se nos da de ser gloriosamente inmorta– les. En estos tiempos en que el aborto está en primer plano en las páginas de los periódicos y en la lista de crímenes, los obispos de -18-
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