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Siempre se llamó a S. Francisco de Asís, el gran crucificado del Alvernia, que quiso copiar a Cristo en todo y pidió como gracia a Dios padecer un poco de lo mucho que había sufrido su Señor, "alter Cristus". Pero ese título vale para todos. Porque cualquier bautizado es otro Cristo. Y cualquier bautizado ha sido crucificado con Cristo. Para la vida cristiana, el bautismo es el comienzo. Y no se puede nunca dejar de andar. Tenemos que luchar constantemente contra el pecado. Vivir menos de nuestra personalidad pecadora y dejar que Cristo viva más en nosotros. Aquello de San Pablo: "Vi– vo yo, mas no yo. Es Cristo el que vive en mí" (Gál 2, 20). Sta. Teresa solía decir: "Yo no sé si soy yo la que hablo, la que vivo y la que respiro; más rne parece que alguien habla, vive y respira en mí". ¡Qué bonito este dejar que Cristo, el divino Cristo, se vaya apoderando de nosotros! ¿Cómo se consigue eso? Cuando Sta. Margarita María de Ala– coque entró en el noviciado le preguntó a la maestra de novicias: -¿Cómo tengo yo que hacer para ser santa? -Pon tu alma como un paño limpio delante de Jesús, y deja que él vaya grabando su imagen en ti. En realidad la santidad es el desarrollo normal de la vida cris– tiana y el dejar que Cristo vaya haciéndose en nosotros. Encarnán– dose en nosotros. Que "él vaya creciendo y nosotros menguando". No sólo es poner el paño limpio. San Pablo nos está recordando hoy que él comenzó por destruir nuestra condición de pecadores. Para. nosotros que estamos acostumbrados a un mundo contami– nado, que nos sentimos pecadores, eso es consolador. El comien– za por ahí. Yo compararía a Cristo a un escultor que toma un trozo de mármol y comienza por desbastarlo. Rudamente va tirando las par– tes menos nobles, sobrantes, al suelo. Luego va configurando lo que quiere hacer. Después los detalles. Por fin la perfección suma. Es obra de toda la vida. Y siempre queda algo más que añadir a esa perfección, pues él mismo nos puso una meta, digámoslo, inal- -195-