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MORIR CON CRISTO "Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muer– tos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resu– rrección como la suya" (Rom 6, 4-5). ¡Misteriosa doctrina! Nosotros sabemos que hay cosas muy personales que nadie puede hacer por nosotros. Y entre ésas es– tá la de morir. Mi muerte siempre será mi muerte. Y por mí no pue– de morir nadie, en estricta justicia. Por ejemplo, yo puedo cometer un crimen. Vosotros podéis hacer mucho por mí. Podéis testificar por mí en el juicio, encon– trando atenuantes a mi delito. Podéis visitarme en la cárcel, po– déis consolarme, llevarme cosas que me hagan grata la pérdida de la libertad. Podéis incluso pagar una fianza para que me pongan en libertad condicionada. Pero lo que se dice morir por mí, en es– tricta justicia, no podéis. Porque culpa, castigo y mérito son co– sas personales. Si alguien quiere morir por otro, cuando es un acto arbitrario del carcelero que puede tener el capricho o la represalia de diez– mar a la gente, y consiente que uno muera por el otro, vale. No se trata de cumplir una justicia, sino un capricho, una orden. Tal el caso del franciscano polaco, P. Kolbe, que dio su vida por el sar– gento Franciszek GajownicZek en 1941 en el campo de concen– tración de Auschwitz. Pidió el relevo, al coronel de las SS, jefe del campo de concentración: "Soy un sacerdote católico polaco; es– toy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene es– posa e hijos". La Iglesia lo ha beatificado. Lo' consid'éta uri mártir. Pues bien, en el caso de Cristo, él dio el paso adelante por to– dos nosotros. Pero no nos relevó. Nos incorporó. De tal manera -192-

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