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Pero para descansar en paz, en esa paz de los justos, se ne– cesita mucho más que unos metros cuadrados de tierra, o unos metros cúbicos de mármol para un gigantesco mausoleo. Se nece– sita la rectitud de una vida que termina en paz con Dios. Sólo aquellos que concluyen la jornada del vivir en paz con Dios pueden esperar la paz en la otra vida. Es comprensible que cuando el dolor aprieta se desee, sobre todo, terminar como sea. Y que no importe nada, nada. Pero pen– sando las cosas hay que darse cuenta que no es la paz de los ce, menterios sino la paz de las almas, que siguen viviendo en la man– sión de la paz y de la gloria. Eso es lo que importa. Tener un mausoleo gigantesco o un trozo de tierra con cruz de palo que durará lo que tarde la carne en corromperse, para dar .paso a otro, da igual. Al fin y al cabo el cuerpo muerto ni siente ni padece. Pero el alma... Es bueno apetecer esa paz. Una paz sin fisuras, sin sobresal– tos, pero esa paz hay que laborarla a lo largo del vivir. Tener una buena .conciencia. Una conciencia sin pecado. Y si el pecado llega, que sea barrido por el arrepentimiento y la confe– sión ... Esa es la auténtica vía de la paz verdadera. Y que nos perdone Job en medio de sus dolores. Y tantos co– mo sufren y a los que lo mismo les da una cosa que otra. En esos momentos no está uno para lirismos. Por ello es bueno en los momentos de calma pensar con cal– ma. Almacenar ideas que sirvan en los momentos de confusión. Hacer acopio · de defensas que nos hagan vencer los pensamien– tos áutodestructivos. La fe nos dice qué hay en el más allá. Job lo recuerda en otro pasaje. Por eso bueno será leer el libro todo entero, para com– prenderlo en su totalidad; Y mejor leerlo a la luz divina de la reve– ción integral. -17-

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