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Tenemos miedo a esos sacramentos. La confesión tiene mal cartel. Aumenta dificultades nuestra propia vergüenza. Nuestro pu– dor, en estos tiempos de impudor en el cuerpo, es grande en el al– ma. Mejor dicho, es orgullo. Y, sin embargo, la confesión es el gran sacramento de la mise– ricordia y del perdón de Dios. Es el regalo pascual de Cristo, pues– to que lo instituyó la tarde del Domingo de Resurrección, cuando se apareció a los apóstoles, les deseó, s.obre todo, la paz y les dio poder para poder perdonar los pecados de los hombres. Quizá no hemos pensado en ese gran detalle de Cristo que desea perdonar siempre los pecados de los hombres. Indica un gran conocimiento de nuestra fragilidad y una muestra infinita de su mi– sericordia, pues es el sacramento que más se puede recibir. Po– dríamos recibirlo varias veces al día. Aunque no sea necesario, y aunque cada vez se reciba menos. Tal vez porque se ha perdido la conciencia del pecado. Conciencia que se puede hacer angustiosa -al revés -a la hora de la muerte. Pero entonces también está allí Cristo, por medio de su ministro y el sacramento de la confesión, para perdonar nuestros pecados. ¡La comunión! Concretamente en estos casos se llama VIATI– CO. Palabra que significa compañero del camino. Cristo se nos ofrece como guía en ese largo y desconocido camino hacia el más allá. De aquí la importancia de recibirle con plena conciencia. Es una devolución de visita que Cristo-Eucaristía vaya a nuestra casa. En aquellos momentos en que habrá más de una lágrima en los ojos de nuestros familiares, y hasta las velas encendidas llorarán sus lágrimas de cera, la voz serena de Cristo, al que hemos comul– gado, resonará en nuestra alma: "No temas, amigo. Ten confianza en mí. Vamos a andar un importante camino. Pero yo lo conozco muy bien. Precisamente lo anduve al revés: vine del cielo a la tie– rra, para poder acompañarte a ti, ahora, para ser tu VIATICO". ¡Qué consolador tenerle a El por compañero y guía! -179-

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