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que éste le dijo: -Ya está bien de quejarse... Y por un simple do– lor de muelas. -Ya quisiera yo que lo tuvieras tú. A ver qué pasaba. Y lo vieron aquella noche. Porque el dolor de muelas saltó a la boca, irrespetuosamente, del ilustre hermano. Y no podía parar en la cama. Se levantó buscando alivio. La hermana le sintió y se levantó: -¿Qué pasa? -Esta muela... -Te está bien, para que sepas lo que es eso... En mala hora lo dijo. La diestra del futuro santo se disparó sobre las muelas de la hermana, que debieron despertar de su adormecimiento. Esa simple bofetada le pudo costar la aureola a S. Pío X. Pero alguien, más comprensivo y humano, se dio cuenta que eso en una larga vida no pasaba de ser una anécdota que ponía más de relieve la santidad de un hombre al que no le encontraron más ta– cha que una bofetada en una mala noche de dolor de muelas... Tomadas aisladamente las palabras de Job pueden parecer blasfemias. De un hombre que está renegado contra la vida y con– tra Dios. Pero hay que darse cuenta que se trata de un poema que quiere poner de relieve el triunfo del bien sobre el mal, de la con– fianza sobre la desesperación. Hay que verlo en su totalidad. Pa– ra darse cuenta que ciertas frases son anécdota en toda una tra– yectoria. Así puede suceder en la vida de tantos que en medio de sus dolores reniegan de su existencia, y quizá hasta de Dios. Llegar entonces con paños calientes, es además de inútil, injusto. Si Santa Teresita dijo que no pusiesen ciertas medicinas que podían quitar la vida al alcance de la mano de los enfermos, qué podemos decir de tantos que no son ni monjas de la caridad, ni mártires de la caridad ... Por eso, comprensión. Y saber esperar, que después de la noche vendrá la luz... -15-
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