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¡D E S E S P E R A C I O N! "Job abrió su boca y maldijo su día, diciendo: -¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha conce– bido un varón"! ¿Por qué al salir del vientre no morí, o pere– cí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?". (Job 3, 1-3. 11-12) (U.E). El grito de Job a quien vemos tirado en su muladar de dolo- res, cobra matices de la más alta tragedia. Parece un eco del trágico griego que gritaba: "Lo mejor no haber nacido, pero después de haber nacido, lo mejor... : Morirse cuanto antes". Ni con uno ni con otro podemos estar conformes. Comprendemos y tratamos de comprender el dolor profundo de un hombre que sufre hasta las raíces más íntimas de su ser. Y digo esto, porque a veces me da vergüenza, con una ver– güenza íntima que me pone roja el alma, el dar consejos de resig– nación y de conformidad a los enfermos ... Todo eso es muy fácil cuando se goza de buena salud. Cuan– do se llega pleno de facultades, sin miedo a escaleras, a visitar a un enfermo, como haciéndole un favor. Y se le llenan los oídos de buenos consejos. Decir que como un Evangelio es falsear la ver– dad, porque el Evangelio nos testifica la angustia, la depresión de Cristo en medio del dolor... Pero que vamos ... habla uno muy bien. En cambio cuando el dolor le aprieta, por muy leve que sea, tienen que oírnos. Célebre es la anécdota de S. Pío X. Su hermana se estaba quejando de un dolor de muelas. Sin duda buscaba un consuelo en él, más que un calmante, que aquellos tiempos no eran estos tiempos. Tanto ronroneaba alrededor del despacho de su hermano, -:-14-

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