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TESTIGOS Y DE LA DE LA MUERTE RESURRECCION "Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección" (Hech 10, 39-42). Hubo un rey que resplandecía como un sol sobre el cielo po– lítico de Europa. Por ello le dieron el título del Rey Sol. Pues bien, Luis XIV, tan orgulloso de su gloria, pensó que la muerte no tenía nada que ver con él. No quería ni mentarla, ni que la nombrasen, ni pensar en ella. Como desde su palacio de París veía la iglesia de S. Denis, panteón de los reyes, mandó edificar Versalles, una geografía de fuentes, jardines, luces y palacios, donde no podría tener cabida !a muerte. Cuando un día al predicador de palacio, el célebre Massillon, se le ocurrió decir esa frase tan vulgar, tan cierta e indiscutible: "Todos tenemos que morir", Luis XIV le fulminó con los ojos. El predicador, diplomático y cobarde, rectificó sobre la marcha: -"Casi todos, Majestad". Y un día, a pesar de los centinelas, llegó la muerte, como i::a– ra cualquier mortal, para Luis XIV. Fue Massillon quien subió al púlpito para hacer la oración fúnebre y pronunciar la tras':! que se ha hecho célebre: -"Sólo Dios es grande". Sí. Y Dios nos ha querido hacer partícipes de su grandeza. A todos. No sólo a aquellos que los hombres consideran grandes porque la vida o las circunstancias les han pinado sobre un pedes– tal. Dios no tiene opción de personas. Pide únicamente para cada -156-
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