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EL SALVADOR "Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitec– tos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro pue– de salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" ( Hech 4, 11,12). (U.E.). El ídolo se pinó sobre sus pies de barro. Resplandeció al sol de la mañana cual si fuera de oro. Las gentes pasaban delante de él reverencialmente, temerosamente, superficialmente. El ídolo, aunque era hueco por dentro, se creyó algo. Algo tendrá el ídolo cuando lo adoran. Porque no hablamos de la actitud de tribus salvajes que se postran ante sus fetiches en mitad de la selva. Hablamos de hom– bres civilizados que doblegan su espinazo hasta lo indecible ante los ídolos modernos. Los ídolos modernos son los deportistas, los artistas, los arri– vistas, los publicistas, y una larga lista de hombres en los que los humanos han puesto su esperanza. Esperanza de que les maten el aburrimiento, el hambre, o les salven de esas esclavitudes que nos tienen aherrojados modernamente. Son ídolos levantados sobre grandes piras de papel, de pro– paganda, pero que mueren abrasados, cuando se prende, en la misma pira que les ha servido de pedestal. Bueno será que de nuevo recordemos que sólo puede haber un salvador: "ningún otró puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos". La cosa está clara. Y salvarnos en la más honda expresión de la palabra. Salvarnos de nuestro pecado. De este pecado que es– claviza nuestra alma, que nos entristece, que quita sentido a nues– tro vivir, que nos hace perder la gran esperanza en Dios. Y sin em– bargo "Dios quiere la salvación de todos los hombres" (1 Tim 2, 4). Por eso mismo envió a su propio Hijo como salvador. -148-
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