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EL PODER DE LA FE "Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Como éste que veis aquí y que conocéis, ha creído en su nom– bre, su nombre fe ha dado vigor; su te le ha restituido com– pletamente la salud, a vista de todos vosotros" (Hech 3, 14- 16). (U.E). Y seguimos con la fe. Cuando ésta existe suceden dos cosas: No hacen falta los prodigios, pero los prodigios se hacen. Célebre es la anécdota milagrosa que se cuenta de San Luis rey de Francia. Estando en su despacho llegó corriendo un corte– sano para decirle: -Majestad, mientras el sacerdote elevaba la Hostia ha aparecido Jesucristo. Todos lo han visto. Corra a la ca– pilla para verlo. El rey contestó: -Que vayan los que no crean, yo no necesito ver para creer. Sé que eso es así. Que Cristo está en la hostia con– sagrada. Efectivamente. Si echásemos mano de nuestra fe, si fuese vi– va, entonces no necesitaríamos esos portentos. Por ello se suele decir que cuando está en crisis la fe, se ponen en primer plano las apariciones. Puede suceder porque el Señor desee recordar a to– dos ciertas verdades. Así sucedió en el primitivo cristianismo, con las apariciones del Señor y la multitud de los milagros. Y pueden ser fruto esas apariciones actuales, en las que no tenemos por qué creer, fruto de imaginaciones más o menos calenturientas, amigas de milagrerías. Entre la fe y el milagro nos quedamos con la fe. El milagro -142-

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