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ESTAMPA ETERNA "En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de na– cimiento. Solían colocarlo todos los días en la Puerta Hermosa del templo para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: -Míranos. Clavó los ojos en ellos esperando que le darían algo; Pedro le dijo: -No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". (Hechos de los Apóstoles 3,1-6). (U. E.) Siempre, cabe la puerta de los templos, como una columna más, hemos visto a los pobres inmóviles. Unicamente mueven los ojos para contemplar al que se acerca. A fuerza de ver rostros son !os mejores psicólogos de la generosidad. Luego mueven su dies– tra y sus labios y una melopea indefinida surge hacia el corazón y el bolsillo del devoto. En cualquier idioma que hable todo el mundo lo entiende. Todo esto está descrito maravillosamente por los Hechos. Lo que se sale de lo corriente es que las personas que van a orar, se paren a hablarle. Y menos a entablar ese diálogo de los ojos que dicen, a veces, mucho más que los labios. Damos la limosna de pasada para librarnos de una miseria que se nos ha cruzado en la vida, y de una mosca de remordimiento que nos ronronea el alma. Pocas veces nos paramos a hablar con esos pobres, a ente– rarnos de sus problemas, de su enfoque de la vida. Muchas menos, nadie, dio una limosna como la de Pedro: La salud. ¿Qué decir de los pobres? -132-
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