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De los pobres se han dicho muchas cosas. Platón, el griego genial, que captó como nadie los diálogos de Sócrates, escribió: "Sean desterrados los pobres para que el país se libre de esa clase de bestias". No los quería en su utópica República. Los romanos, tan juristas ellos, tan amantes de la legalidad, se proponían esta interrogante: "¿Qué diferencia hay entre un arado, un buey y un esclavo?" Y respondían: "Un arado no habla; un buey muge, un esclavo habla" (Varrón). Y hasta el romano-español Séneca, tan moderado él, escribió: "La misericordia es un defecto del alma". Alguno al leer todo esto, pensará que propongo el que todos los pobres sean sacados de sus casas y puestos a las puertas de la Igle– sia para que vivan de la caridad pública. Pues no. Pienso que hay que organizar la caridad, para que de verdad llegue a los auténticamente pobres. Aún más, pienso que la ayuda estatal debiera llegar a todos para que nadie se tuviera que echar a la vía pública a solicitar la caridad de las gentes. Y si ellos se sitúan en las iglesias es porque piensan que la misericordia anida más en los que más van a rezar a Cristo. Organizar todo, para librarnos del abuso y picaresca de ciertos "pobres". Cristo dijo: "Pobres siempre tendréis con vosotros". Hasta ahora se va cumpliendo su pronóstico. En las naciones más "ricas" casi no hay pobres. No porque no existan, sino porque no les dejan asomar. Y porque piensan que debieran ser desterrados del país esa "clase de bestias" que se lla– man enfermos incurables, ancianos, contrahechos, lisiados... Una dulce muerte y a dejar de ser carga para el estado. Eso es volver a un arcaico e inmisericorde paganismo: Aquel que escribió, repeti– mos la cita: "La misericordia es un defecto del alma". -133-

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