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MARTIRIO "Pues veía que a los que habían muerto piadosamente les es– taba reservado un magnífico premio". ( 11 Macabeos 12,45). Lo más admirable de esta frase no es lo que nos dice de la muerte piadosa y del premio magnífico, sino que justamente aque– llos que habían muerto no habían muerto conforme a la ley, piado– samente, sino todo lo contrario. Lo dice el mismo libro unos cuan– tos versículos antes (vv 39-40): "Al día siguiente, los hombres de Judas, cuando se hacía ya necesario, fueron a recoger los cadáve– res de los que habían caído y depositarlos con sus parientes en los sepulcros de sus padres. Entonces encontraron bajo las túni– cas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Yamnia, que la ley prohibe a los judíos". A pesar de ello rogaron insistentemente, ofrecieron sacrificios, para que quedase borrado su pecado, juzgaron que habían muerto piadosamente porque al fin y al cabo habían muerto por Dios. Aquí vale aquello de "un buen morir engrandece toda la vida". Todo esto nos lleva a nosotros a reflexionar, en primer lugar, sobre algo que sí engrandece toda la vida: El martirio. Es dar la vida por confesar la fe en Dios. Es el mayor de los testimonios. Co– mo eso no hay nada. Suple todos los sacramentos, incluso el bau– tismo, porque se llama el bautismo de sangre. La Iglesia tiene santos que fueron encontrados viviendo mal, fueron abordados por los enemigos de la fe, invitados violentamente a renegar de la fe, y al no acceder a eso, fueron muertos. Hoy son santos. Su vida dejaba mucho que desear, pero su muerte... Hacemos muy mal en juzgar sobre el destino eterno de cual– quiera. Por gusto, por apariencias, condenaríamos a no sé cuanta gente. Y no podemos juzgar. ¿Qué sabemos nosotros lo que pasa entre el alma y Dios en el último instante? Al buen ladrón le conde– naron con toda justicia a morir en el patíbulo. El mismo lo recono– ció. Y Cristo le ofreció, ni más ni menos, el paraíso. Incluso puede haber más perversidad, la perversidad de aque- -126-