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¿QUE HACER POR LOS DIFUNTOS? " (Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, ha– bría sido inútil y ridículo rezar por los muertos). Pues veía que a los que 1 ·habían muerto piadosamente tes estaba reservado un magnífico premio. Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado". ( 11 Macab. 12, 44-46). Todos conocemos la historia ardiente de un hombre que nació en el norte de Africa, muy cerca de donde está actualmente Túnez. Se llamaba Agustín. Buscó por todas partes el placer. Le fascinaba el vivir la vida con intensidad. No le importaban las barreras. Aban– donó, incluso, a su propia madre en una playa del norte de Africa y marchó a Italia para ir en busca de la sabiduría de la ciencia y la sa– biduría del buen vivir. Pero su madre le siguió por todas partes. Sus ojos le buscaban para decirle, mudamente, cuánto le amaba. Y los labios de la madre, viuda por más señas, hablaban constantemente por aquel hijo: rezaba por él. Sus ojos lloraban desesperadamente. "Es impo– sible que un hijo de tantas lágrimas se pierda", le dijo un obispo que escuchó el relato de su vida y de su dolor. Ella esperaba con– tra toda esperanza... Un día se hizo el milagro. Agustín se convirtió. Volvió a desan– dar el camino, cual hijo pródigo. Se acercó a su madre. Vivió con ella. Y un día la vio muerta ... Fue en el puerto de Roma. Pensaban embarcarse para la casa paterna. Agustín quedó mudo. Ni las lágri– mas asomaban a sus ojos, tanto fue el impacto que le causó la muerte de su madre. Luego la lloró largamente y muchas veces. Y, sin embargo, de San Agustín es la frase que dice: "Las lá– grimas se evaporan, las flores se marchitan, pero las oraciones las recibe Dios". Una frase que vale para nosotros. Bien pensado, las lágrimas -124-

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