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A los judíos, Dios mismo les va revelando el misterio de la otra vi– da., y vemos a lo largo de la Escritura cómo se abre camino esa rotunda creencia de la resurrección de los muertos. Este es uno de los textos patentes. Ya Ezequiel en vibrante alegoría poética lo había descrito. Nos– otros lo aplicamos a la Resurrección. Se trata de su visión de los huesos secos: "Así dice el Señor Yavé a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis. Os cu– briré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os daré un espíritu y viviréis" (Ez 37, 5-6). No nos importa el cómo. El profeta continúa la descripción. Nos importa la certeza y esa nos la da la fe. No tengamos miedo que todos llegaremos a la cita. Cuando se tiene miedo a montar en avión se encuentran mil disculpas para ello. Un señor me decía, refiriéndose a la resurrección de los muertos, "no quiero ser pasto de los peces". Como si eso fuera algún impedimento, y como si los barcos no se hundiesen también. El Dios que nos lanzó al mundo, tiene mil recursos para que volvamos, en una eterna juventud, a un mundo que no es para los peces, sino para los hombres. Esa es nuestra fe. Ha sido siempre la de la Iglesia. Ló sigue siendo. Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios lo recuerda una vez más: "Confesando esta fe y corroborados con esta esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del siglo fu– turo". ¿Se puede desear algo más y mejor? Lo cual no es olvidarse de las realidades terrenas. La Iglesia nos las está recordando constantemente, pero al fin y al cabo todo llegará un día al final. Y deseamos que lleguen a buen puerto: Nuestra alma y nuestro cuer– oo. Campoamor rimó así este pensamiento: "Si es la vida caos de dudas y penas ¿quién la muerte, al que bien quiere, no prefiere, si el que vive, vive apenas, y resucita el que muere?" -123-
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