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esperan la última llamada, se ven inscripciones que nos recuerdan esto: "El término del cuerpo es el que veis. El del alma, según obréis" (Cementerio de La Coruña). Y en Begoña, cabe la basílica de la Virgen, allá en Bilbao, en el cementerio que tanto gustaba visitar Unamuno, se lee: "Esta es la puerta obligatoria, que conduce al infierno o a la gloria". Importa, por tanto, acertar con esa puerta que lleva a la glo– ria. ¿Cómo? Todos sabemos cuál es el camino del bien, aunque algunas veces seamos como las flechas indicadoras de las carre– teras que señalan la ruta y se quedan inmóviles. Toda la Biblia nos habla de la manera de encontrar el camino del cielo. Cristo mismo nos habló de la senda difícil y de la puerta angosta, y de la guarda de los mandamientos. Ciñéndonos a la lectura de hoy diremos que el mismo profeta Daniel nos lo resume, en ese antiguo y moderno slogan de vida cristiana, de hacer el bien. Dice: "Los sabios brillarán como fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad". Ya sabemos quiénes son los verdaderos sabios. A Sor Lucas, monja hospitalaría, le preguntaron por el motivo de su vocación: ¡"He visto -dijo- morir a tantos hombres! Una de las princi– pales razones de mi decisión es el espanto que he observado en los hombres que mueren sin el consuelo de la fe". Hacer el bien ... La sabiduría de la que nos habla hoy el profeta Daniel, la re- sume así la letrilla popular: "La ciencia calificada es que el alma en gracia acabe, pues al fin de la jornada aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada". -119-
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