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ETERNO DESPERTAR "Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad" (Dan 12, 3). Que hay otra vida nos lo dice la fe y la razón. Si a veces lo negamos es porque no nos interesa. Pero algo nos grita dentro de nosotros que la vida no termina con la muerte. Que más allá, en la otra ribera, comienza otra vida. Sobre todo nos lo dice la fe. Copio un testimonino de vida: "La noche siguiente al entierro de Leila -no pudiendo dormir e impelido por la necesidad de sa– ber que ella seguía viviendo, no obstante haber visto cómo había sido enterrado su querido cuerpo- había llamado a Barton, el rec– tor: -Barton, -mascullé por el teléfono con voz ronca-, ¿puede asegurarme usted que mi esposa sigue viviendo en algún lugar? -Así lo creo, señor. -¿Tiene usted pruebas? -Tengo fe... ". Sí, tenemos fe. Los más antiguos documentos de los hombres nos hablan de este vivir del más allá. No sólo la Biblia... Pero el valor de la Biblia es único. Y la Biblia, desde el Antiguo Testamen– to, nos asegura esa pervivencia, y esa diferencia de premio y cas– tigo para buenos y malos. La mitología hablaba de la moneda que se había de pagar a Caronte, el barquero que transportaba las almas por el río Leteo, el río del olvido. Los modernos arqueólogos han encontrado intac– ta esa moneda de oro en la boca de los muertos antiguos. No les ha servido para nada. No se trata, pues, de adquirir la eternidad con oro, sino con la vida. No es la gloria algo que se compra o se vende como una mer– cancía, sino algo que se gana. En los cementerios, ciudades de reposo para los cuerpos que -118-
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