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ñas se doblegan, ni siquiera se rebelan. Pero llega un momento cuando la borrasca y la riada pasan, y vuelven otra vez a levantar– se hacia el cielo. Hacia el cielo, hacia Dios, debe levantarse el alma cristiana luego de ese estadio. Debe buscar a Dios. Debe dejar su silencio y preguntarle: -¿Señor, qué queréis de mí? ¿Qué lección queréis enseñarme? ¿Qué testimonio tengo yo que dar a los demás? No te escondas de mí. Muéstrame tu rostro y tu voluntad. Ayúdame a cumplirla. A sacar valor de la oración, de la fe y del coraje cristia– no. Así fue la actitud de Cristo. También él se doblegó ante la agonía, la angustia, el tedio, la amargura y la muerte que se le ve– nía encima, en el huerto de Getsemaní. Tanto que hasta un ángel tuvo que venir a consolarle. Pero su diálogo con el Padre fue cons– tante. Le buscó sin cesar: "Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya". Buscó incluso el consuelo de los hombres. De sus íntimos que había metido con él en el huerto para que le ayudasen a sufrir. Pienso que también será bueno buscar esas ayuditas de los hombres. Dios se manifiesta a través de los hombres. Y buscarle a él por la escala de los humanos es lo más normal. En muchos si– tios existe la buena costumbre de acompañar a los dolientes du– rante los primeros días de su pésame. A veces nos pueden cargar. Hay gentes cargantes. Pero frecuentemente bueno será seguir los consejos de los inteligentes, que tratan de distraernos con su con– versación y nos aconsejan la manera de superar aquel· dolor. A ve– ces son gentes que han pasado por lo mismo y conocen el mejor remedio. Ese que a nosotros nos puede hacer un gran bien. Pero siempre habrá que volver, como Cristo, a la oración. Lo mismo que aconseja Santiago, uno de sus acompañantes del huer– to: "¿Hay entre vosotros alguno que esté triste? Haga oración" (Sant 5, 14). En el salmo 118, del cual es la cita de esta lectura: "el Señor es mi lote", suplica el alma.a Dios: "Mira mi abatimiento y líbrame, porque no olvido tu voluntad". -111-