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ner, o inventarse, una razón para vivir, para sufrir, para esperar y para alegrarse. Eso lo deben hacer todos aquellos que ante el ha– chazo de la muerte de un ser querido parece que le han truncado la vida. Los que les quieren deben tratar de ayudarles a conectar otra vez con la "vida que sigue igual". Pero hay un motivo superior, y volvemos al texto sagrado, y es que la misericordia, la compasión y la fidelidad de Dios se renue– van cada mañana. Cada mañana el sol viene a rozar, con sus nudi– llos de luz, los cristales de nuestra ventana, para recordarnos que es un mensajero de Dios, que un. nuevo día se nos ha regalado. Que, aunque quisiéramos que nunca amaneciese, y que a veces nos preguntamos "¿para qué?", la vida tiene un sentido divino, por– que la vida vuelve. Es Dios quien la envía. Y es él que quiere que sigamos viviendo. En uno de los salmos responsoriales de la liturgia de exequias, . se dice: Aguarde Israel al Señor, como el centinela la. aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos. La trasposición de Israel a cada uno de nosotros abatido por el dolor es fácil. El libro de las lamentaciones fue escrito cuando la destrucción de Jerusalén y la desaparición del reino de Israel. La liturgia nos la recuerda cuando la desaparición de alguien a quien amamos mucho. Ha sido deportado, trasladado, a un reino mejor. Allí nos espera. Y mientras, nosotros seguimos esperando en Dios: que es misericordioso y compasivo y "¡qué grande es su fide– lidad!". Que esa fidelidad suya no se vea defraudada por nuestra falta de fe y de esperanza. -109-
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