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Dios nos la ha dado como un tesoro. De ese tesoro; en todos los órdenes, tendremos que dar cuenta un día. Ha habido una falsa ascética que consideraba la vida, el cuer– po, fuente básica de la salud, como algo malo o menos bueno. No podemos menos de ver infiltrada en esa ascética una cierta doc– trina maniquea, contra la cual luchó tanto la Iglesia. Incluso eso ha llegado hasta nuestro tiempo. En libros moder– nos, algunos famosos, se leen frases de menosprecio para el cui– dado del cuerpo y de la salud. Y hay que gritar que no. Que estamos obligados -es un mandamiento de la ley de Dios- a mirar por la vida en todas sus facetas. Entre las que se encuentran la salud, la robustez del cuerpo, su conveniente cuida– do, el deporte como fuente de vigor... Y otros etcéteras que no son precisamente los de D. Simón. Una confirmación de todo esto lo tenemos en este pasaje bí– blico. Y en la nueva orientación de la Iglesia, hoy más clara que nunca en este aspecto. Sin que caigamos en el extremo contrario de mirar únicamen– te por el cuerpo. Pero es básica la salud de nuestro cuerpo, para que ande bien, incluso, el alma. Puede abatir tanto una enfermedad que no nos deje ni ganas de ser buenos, nos puede hundir en un cierto fatalismo trágico. Y eso no. El luchar por la salud nos da ali– ciente, alegría, optimismo, gusto por la vida ... Y todo eso, lo decimos una vez más, es bueno. Es lo normal. Lo que Dios quiere. Recuerdo una anécdota de un enfermo que no acababa de cu– rar, y llamó al médico diciéndole: -Mire, doctor, me pasa esto, a pesar de que sigo su medicación ... ¿Es acaso normal? (Quería de– cir en el proceso de su enfermedad). Pero el médico le replicó rá– pido: -No. Lo normal sería que estuviera usted bien. Así es y así debe ser. Y por eso luchamos. Por la vida, por una vida saludable en paz y gracia de Dios. -9-

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