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. o·.·rs_E S P E R A C I O N "Me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha; me di– go: se me acabaron las tuerzas y mi esperanza en el Señor. Fijate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me en– venena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido". (Lament 3, 17-20). · Es muy posible que nosotros, a pesar de vivir en el siglo XX que vio· la masacre de cien millones de hombres en las mayores de las guerras de la historia y teme algo mucho peor, no veamos una· guerra, una batalla, una masacre. El autor de las Lamentacio– nes vio la ruina de Jerusalén a la que hace referencia. Pero el mayor dolor para nosotros, porque incluye todas las guerras y todos los dolores juntos, es la separación de un ser que– rido. La muerte de uno de los nuestros. En esos momentos, aun teniendo fe en Dios y en la vida, llegamos a un grado de depresión que pensamos que la vida carece de sentido. El esfuerzo de los que nos rodean es el devolvernos el gusto por la vida. Algunos lle– van su desesperación a tanto que ponen fin a su vida, en un suici– dio cobarde y depresivo. La desesperación suele ser una esperanza frustrada. La peor de todas el perder la esperanza en el Señor, que siempre debe ser nuestra esperanza. A eso hace referencia el autor sagrado. Toda su confianza la había puesto en Dios. El les defendería. Y de pronto vieron a su alrededor la ruina, la muerte, el desprecio, el allana– miento de sus moradas y de sus vidas, y la deportación. ¿Para qué vivir? Un veneno mortal les iba inundando el alma como una ma– rea negra. Cuando el dolor se abate sobre nosotros. Cuando vemos que aquellos que queríamos tanto, la muerte se los lleva, pensamos que todos ·los horizontes se nos cierran para nosotros. Casi perde– mos la fe. Es cuando, aun en labios piadosos, se oyen palabras que pareceh blasfemias. No son dignas de tenerse en cuenta: el dolor hac.e decir: lo ,qu~ n0~se quisiera decir. Lo que luego es motivo de -106-

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