BCCCAP00000000000000000000808

No eran las campanas del cielo. Eran las del convento que toca– ban a maitines. El preguntó a los frailes que le rodeaban: -¿A qué tocan? -Tocan a maitines. -Pues iré a rezar maitines al cielo. Y murió serenamente. ¿Por qué esas diversas actitudes ante la muerte? La razón nos la da la lectura del libro d13 las Lamentaciones que acabamos de oír. Aun teniendo fe, todos tenemos momentos de depresión ante la muerte. La naturaleza humana se resiste ante la cercanía de la muerte. No debe extrañarnos, pues hasta la naturaleza humana de Cristo se resistió. Pero El se sobrepuso: a fuerza de esperanza en el Padre celestial. Igual debemos hacer nosotros. Porque "el Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silen– cio la salvación del Señor". Saber esperar a pesar de todo, contra toda esperanza. A pesar de nuestros pecados, de nuestras fragilidades. A pesar de tantas depresiones y angustias... Saber esperar, en definitiva, es saber rezar. Es pedir, constantemente como Cristo en Getsemaní: "Pa– dre, no se haga mi voluntad sino la tuya". Es seguir el consejo dado por El a sus íntimos: "Vigilad y orad para no caer en la te,ntación. Porque el espíritu está pronto, pero. la carne es flaca". No caer en la tentación de la desesperanza. Como Judas. Esos no tienen salvación. Los demás apóstoles claudicaron, pero retor– naron, pues tenían esperanza. Perder la esperanza es perder el camino del retorno. Jamás cometamos ese pecado. Mejor, superemos todo peca– do, Sepamos enfrentarnos a la muerte con el alma limpia y el co– razón lleno de paz, de fe y esperanza. Entonces descenderá sobre nosotros, como una bendición, el deseo final de la liturgia de di– funtos: "Descanse en paz".. . ·Pues, como dice San Ambrosio: "Para los buenos la muerte es un puerto de descanso; para los malos, un naufragio". ,.;.:.-105-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz