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EL CONSOLADOR "Para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión". (Is 61, 2b). Hubo un filósofo, desterrado y prisionero, ahíto de nostalgias que escribió un libro titulado "la consolación de la filosofía". Mo– dernamente se ha planificado la cosa al revés. Se ha implantado la filosofía de la consolación. Pues todo, o casi todo, está montado para consolar a! hom– bre. Para liberarlo de sus traumas dolorosos, o al menos para ha– cérselos olvidar. Quién más, quién menos, todos nos hemos tragado esa droga que se nos ha servido en forma de distracción, de espectáculo, de deporte, de liberación de ciertos tabúes, de alcohol, o de otras drogas más directas. Los psicólogos -y la psicología es la ciencia de hoy- han que– rido llegar hasta las mismas raíces del mal, para curarlo o al me– nos anestesiarlo con la psicoterapia. Y sin embargo ... , la cosa, poco más o menos, sigue igual. Muertos de tristeza y depresión, todos necesitamos ser conso– lados en la enfermedad, en el luto, en la persecución, en la in– comprensión, y mil etcéteras más. Para esos etcéteras y para todo, el único gran consolador no puede ser nada más que Cristo. Nadie mejor que él conocía al hombre y lo que había en el co– razón del hombre. El creó al hombre, y conoce perfectamente -pieza a pieza- lo que existe en los entresijos del ser. El sigue escudriñando el corazón del hombre. Y nada se le escapa por muy complicado que sea. El da un sentido a la vida, una razón para morir y una espe– ranza para el más allá. Si en ra vida, quizá, a pesar de todo sentimos una pesadísima -100-
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