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86 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO gía mis súplicas y rogaba al Señor por mí,· y al punto me pareció que las tres Divinas Personas se dejaban caer en mi alma y se en– tregaban a mí, sin dejar por esto de estar en el lugar donde se habían hecho presentes a mi alma y continuaban mostrándose a la misma, lo que tuvo lugar al tiempo que V. R. pronunciaba las palabras: Sic Deus dilexit rnundum, etc. Sentí tal abundancia de gracia y de amor en mi alma que, no pudiendo contener los gemi– dos con que desde hacía tiempo desahogaba mis goces y penas in– teriormente, prorrumpí en ayes y llantos. Salí de la plática y me fuí a la celda prioral, donde me desahogué a solas con mi Dios, que continuaba dejándose ver y obrando los mismos efectos en mi alma, como me había indicado el mismo Señor en el locutorio; di– ciendo que en la vida de amor a 9.ue daba principio, se dejaría ver de mí en aquella forma, y se portaría conmigo como un Esposo, Dios de Amor. Procuré serenarme para bajar con la Comunidad al refectorio a comer; pero como me habían quedado en hábito las ideas e inte– ligencias recibidas en el locutorio y continuaba el Señor dejándo– se ver de mí en ~l refectorio, no podía sufrir la acción de la gracia en mi alma, porque todo lo que leía la lectora me parecía que era una repetición de la plática y que no hablaba más que amor de Dios, y sin darme cuenta de lo que hacía empecé otra vez a gemir y llorar. Así pasé toda aquella tarde. A las siete, próximamente, experi– menté una especie de agonía y muerte, con muchas angustias de amor y dolor de mis pecados en presencia de Dios Nuestro Señor, quien mostrándose a mi alma en el mismo lugar y forma que por la mañana, me hizo fijar la atención en su santidad divina a la vez que en su amor. Era tal mi dolor y contrición, que me pareció no podría confesarme, no sólo generalmente, como tenía pensado con– fesarme aquella noche, ni siquiera como de ordinario. Mas en el momento crítico de bajar al confesonario, desapareciendo todo aquello (excepto Dios), quedé anegada en un mar de dulzuras, y sin ningún sentimiento de dolor ni idea de pecado. Es por esto que hice la confesión general poco menos que riendo y como quien contaba una historia, pues estaba como si nunca hubiese pecado. ¿Qué será esto-decía para mí-que no puedo arrepentirme de mis pecados,

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