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CARTA LXI, 25 AGOSTO 191 l no hacía nada, nada, ni penitencias, ni oración, ni nada de lo mucho que hacen las demás religiosas. ,, Recibí la absolución, pero quedé con ia misma intranquilidad que antes, o como si no me hubiera confesado. El día siguiente, sábado, que también vino a confesar a las que faltaban, volví al confesona– rio con la misma canción de que yo no estaba bien, que estaba como si estuviera en pecado. El Padre me habló no sé qué del amor de Dios, o del que tiene!). los bienaventurados a Dios y de que yo no podía amar a Dios como ellos por mi estado de viadora. Aquella mañana había estado yo examinando detenidamente mi alma y la naturaleza, causa u origen, principio y fin del amor que profeso a mi Dios, para ver si me bus– caba a mí misma o amaba puramente a Dios; y no vi nada de lo pri– mero y sí de lo segundo y que amo a Dios por Dios y por los motivos que el mismo Dios se ama, en la forma posible a un ser, aunque tan extraño, unido por amor a El. .. Mucho gozó mi alma o me hizo go– zar mi Dios con esto. Y al decirme el Padre que yo no podía amar a Dios ·con el amor que los bienaventurados, le dije que sí, ·que yo amaba a Dios por Dios como ellos, y solamente a Dios, en cuya glo– ria y felicidad podía gozarme únicamente y no en la mía; lo que es que no puedo amar a Dios con la continuación e intensidad que a el.los les mueve y obliga a amar 111 vista y posesión del mismo Dios, por no experimentar en mí los efectos portentosos divínos que pro– duce en las almas la visión beatífica; y que esto era lo que a mí me mataba, el no poseer a Dios como ellos le poseen para amarle como ellos le aman. Le dije esto o una cosa parecida, de lo cual me arrepentí mucho después por parecerme que había faltado. Si es así, perdóneme. Vale.

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