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CARÍA Lrx, í4 AGOSTÓ r9íí 45 V. R. de muy distinta manera de lo que yo me figuraba cuando pienso que me alejo ... 3.-Desde que marchó V. R., todos los días, y sobre todo al ano– checer, siento una cosa así como si mi alma quisiera llevarme tras sí al confüsonario para recibir allí la vida que me falta... "Ya no está allí-contesto yo-; no esperes nada del confesonario, pues mi Padre ya no está aquí. .. Dios sabe cuándo volverá ... Es necesario que fijes tu mirada en otro sitio y que busques la vida en otra parte." "¿Dónde?", me pregunto. Y no encuentro ninguna fuente de gracias corriente para mí fuera de V. R. Parece que todas las fuentes se han secado. Ni en la comunión, ni en la Misa, ni en la presencia real de Jesús en el sacramento; en nada, en nada puedo poner mi esperanza, no obstante haber sido antes fuentes de vida y consuelo para mí. Ya no existe para mí tierra, ni iglesia, ni nada de lo que sirve y aprovecha a las almas viadoras en este mundo, sino solamente Dios Uno y Trino con la Santa Humanidad de Cristo, pero gloriosa, y en el cielo, no en la tierra; un Dios, con las manos llenas de gracias, mejor dicho, un Dios riqueza infinita, ansioso de comunicarse a mi alma, presente a la misma en una altura sublime, pero sin quererse .comunicar a mí si no es por conducto de V. R. Así que sufro muchas angustias, si bien endulzadas por algunos consuelos. 4.-Después de estar toda la semana reprimiendo aquel ímpetu que me impelía e impele a ir al confesonario, como si quisiera el alma recibir allí de Dios directamente la vida que durante ,los Ejer– cicios recibía por conducto de V. R., fuí el sábado a confesar por primera vez con el P. Confesor. Este me recibió cariñosísimo cual nunca; diciendo que tendría que echarme los brazos al cuello como el padre del pródigo, puesto que volvía de nuevo a la casa paterna. Pero mi alma no hallaba en sus palabras nada, nada que le vivifi– case ni le diese consuelo. Experimentaba u.n vacío tan grande, que me parecía no había en él ni virtud, ni potestad, ni ninguna gracia para mí. Al decirme el Padre que tendría sumo gusto en ayudarme como vicegerente de V. R. en cualquier tentación o apuro en que me viese, etc., etc., pues V. R. no siempre podría acudir a mi socorro con la prontitud que yo deseaba o necesitaba mi alma, estando au– sente, dirigí una mirada no sé si a Dios o al mismo Padre, o a los

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