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CARTA LXXXI, 5 DICIEMBRE 19u cados y en buscar a Dios en el atributo de su justicia; y, por consi– guiente, mal, muy mal, corno un alma muerta y sin vida, distraí-, da y disipada por tener las potencias fuera de su centro y desocu– padas, fuera de los ratos que las tenía empleadas en procurár la muerte a mi propia alma con las ideas más terribles. Lo que motivó en mí este cambio a las veinticuatro horas de ha– ber leído su grata del 26, que como le dije en mi anterior disipó la tribulación que en ella le indiqué, fué la simple lectura de las pa– labras: "si el año pasado te dije cuatro verdades", que me dirige en la suya del 28. Lo mismo fué leer esto que meterme en un tri– buladón terrible y en unas honduras que ¡válgame Dios! No le digo lo que he propuesto, dicho y pensado durante la tormenta, 'porque no es para decir en una carta. Sólo sí le digo que no ,te– niendo por verdadero en mi alma otra cosa que los enormes peca– dos que he tenido la desgracia de cometer, conocidos y desconoci– dos, en su más terrible aspecto, y calificando de mentiras o de mú– sica celestial todo. lo demás, he llegado a dudar del amor de Dios a mi alma y de su buena voluntad para conmigo, si bien previo un acto de fe en la bondad infinita del mismo Dios y una súplica a Su Majestad para que no se enfade. Lo que más me ha afligido es pensar que los mismo remedios, que Dios ha puesto en su Iglesia para los pecadores, se me convierten a mí en veneno; y por esto para mí no hay perdón, ni gracia, ni gloria, ni V. R., ni nadie pue– de absolverme ,de mis pecados, ni salvarme. Pues me parecía no me restaba nada que hacer que no lo haya hecho en cuanto es de mi parte para obtener el perdón y que no lo había obtenido, antes bien, todas mis diligencias se habían convertido en otros tantos pecados. No me he desesperado por cierta paz y tranquilidad que tenía en el fondo del alma. Y el no haberme despechado-por no decir rabiado de coraje-atribuyo a la conformidad que me parecía te– ner con la voluntad divina y con todas sus disposiciones, y porque reconocía ser mía la culpa, no de Dios. Había resuelto pasar toda mi vida así, sin pensar en oLra cosa ;que pedir al Señor perdón de mis pecados, sin creer nada bueno o favorable que V. R. me dijera, Pero nada más leer su carta últi– ma, cayeron por tierra mis proyectos y resoluciones y salí de la
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