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ofreciéndose a ayudarles en lo que pudiera. Y no hubo nin– guno que se le resistiera más de dos o tres veces. Algo ema– naba de su persona que infundía respeto y amor. La opinión de Don Antonio García es compartida por varios otros enfermos que la conocieron, así como por algu– nas de las religiosas y enfermeras antiguas. Luego nos informan sobre su muerte. Al ocurrir la muerte de Leonor hubo una auténtica manifestación de duelo en todo el Sanatorio. ¡Cuántas lágrimas, unas visibles, otras furtivas, rodaron por las mejillas dolientes de muchos enfermos y de muchas enfermas! Todos los que pudieron -una docena al menos y portando una hermosa corona de flores- se presentaron en la casa mortuoria para tributar un póstumo homenaje de agradecimiento y amor a la que había sido su más insigne bienhechora, su "madre", como todos la llamaban. Después todos ellos -los que fueron y los que queda– ron - procuraron hacerse con alguna reliquia de Leonor: un rosario, una medalla, una estampa, un trocito de tela de su vestido o, cuando menos, alguna de las flores depositadas sobre su féretro, para guardarlas como recuerdo imperece– dero. Y todos también pusieron a la cabecera de su cama la estampa-recordatorio de la muerte de Leonor, que les había regalado. Y muchos -teniéndola como verdadera santa– sabemos que la invocaban con fervor y confianza. Y no du– damos -no podemos dudar- que recibieron por intercesión 91
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