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García Alonso, que así se llama el buen locutor - o "Antonio Rodero", como le llamaba cariñosamente Leonor, por el movimiento giratorio que imprimía a los discos-, Don An– tonio, digo, nos recibe con una ancha sonrisa y nos hace sentar. El también fue un enfermo, pero ahora, gracias a Dios, ya está restablecido. En seguida comienza a hablamos de Leonor. Y lo hace con regusto, con una satisfacción íntima, como si se tratase de su propia madre. "Doña Leonor, dice, era como un ángel, como una ma– dre para todos los enfermos del Sanatorio, Los primeros años que la conocí nos visitaba todos los días; después, cuando ya sus fuerzas se iban agotando, venía todos los domingos y fiestas de precepto por la tarde. La primera visita la hacía siempre a esta sala para descansar. Llegaba la pobre tan cansadina, sobre todo, el último año, y tenía que coger aquí fuerzas para ,subir a los pisos. Siempre venía cargada de revistas y objetos religiosos para repartir a los enfermos. Una vez, al cruzar el ferrocarril de la Renfe, tropezó y se dio una caída tan tremenda, que llegó con la cara toda hinchada y dolorida". Normalmente visitaba más a los enfermos que a las en– fermas, porque decía ella -y tenía razón- que los enfermos suelen estar más necesitados de las cosas espirituales. Había enfermos que, en un principio, la tenían por chiflada, le soltaban palabrotas y hasta le tiraban las revistas a la cara. Ella nunca se impacientaba. El domingo siguiente ya estaba otra vez allí, con su sonrisa y su dulzura indescriptibles, 90
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