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casarse, porque su afán era ser madre de todos los huérfanos y desgraciados, que van rodando por el mundo dejando acá y acullá jirones de su vida. ENFERMOS Uno de los apostolados preferidos por Leonor y en los que puso más de manifiesto su espíritu de abnegación y caridad, fue el de los enfermos. Si las piedras hablaran, nos dirían el número exacto de veces -sin duda millares- que Leonor, cargadita de revistas, rosarios, medallas, etc., se dirigía a pie al Sanatorio Antituberculoso del Naranco o al Hospital Provincial de Oviedo para llevar a los enfermos una palabra de consuelo, un motivo de resignación, una lec– tura religiosa y entretenida, una chispita de fe y confianza (cuando podía, también alguna limosna o chuchería), en una palabra, para ir repartiendo a manos llenas e irradiando por todos sus poros ondas de bondad y calorías de amor. El 29 del pasado mes de junio, festividad de San Pedro y San Pablo -en compañía de unas fervorosas Terciarias Franciscanas, imitadoras de Leonor- llegamos al Sanatorio Antituberculoso, situado en la falda del famoso monte Na– ranco. Queríamos ver sobre el terreno, como suele decirse, el campo de apostolado de Leonor. Amablemente nos recibe una de las Religiosas Francis– canas que atienden el Sanatorio y nos conduce a la sala del locutor de Radio-Emisora que, para información y solaz de los enfermos, tiene este magnífico sanatorio. Don Antonio 89

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