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Don Quintín, cortésmente, cede ahora la palabra a un compañero suyo que fuera antes comunista acérrimo y que, convertido por el ejemplo de Leonor, se ha transformado en uno de sus mejores panegiristas. Por discreción ~tal vez por humildad- prefiere ocultar su nombre. He aquí sus palabras: ''.En el año 19,53 iba yo a trabajar a La Felguera, en donde encontraba ambiente más propicio para nuestra labor de zapa entre aquellos obreros. En la plaza Santa Clara, de donde salían los ocho autocares con más de trescientos obre– ros, de ideas muy parecidas a las mías, estaba esa gran seño– ra, todos los días a las siete de la mañana, hasta en los días más crudos de invierno, al igual que nosotros, para tomar dichos autocares. Ya antes de subir nos saludaba con una sonrisa angelical, nos hablaba con una dulzura maternal, nos ofrecía caramelos, cigarrillos, revistas y, a quien veía más desarrapado, alguna prenda de abrigo. Se montaba cada día e.:1 un autocar distinto y, durante todo el camino, en amena y culta conversación, nos entretenía todo el trayecto. En su conversación, siempre agradabilísima, mezclaba de vez en cuando algún consejo evangélico, que sin querer iba haciendo mella en nuestros corazones. Al terminar el viaje de ida lamentábamos que no fuese más largo para gozar de tan grata compañía y nos disputábamos todos el subir a su autocar para la vuelta a Oviedo". Que esta conducta la observaran los obreros con una guapa y simpática chica de 18 ó 20 años, diríamos que era una cosa natural; lo que nos sorprende -porque no tiene 79
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