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lo que a la caridad se refiere, que (si no me equivoco) es la primera virtud del cristianismo, desconfié en un principio también de Doña Leonor". No, Don Quintín, no se equivoca usted. Ha dicho usted una verdad como un templo catedralicio: la primera virtud del cristiano es la CARIDAD. Y, cuando ésta no existe, lo demás son todo fuegos fatuos o estruendo de tracas falleras. Cristo no nos puede engañar: "En esto conocerán los hom– bres que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros como Yo os he amado". Perdone, Don Quintín, la interrupción y reanude usted su interesante historia. "Pero no se pasó mucho tiempo sin que me diese prue– bas palpables de su verdadera virtud; yo mismo fuí prota– gonista de ello y hoy, como ya lo hice antes de ella morir, le pido mil perdones por la poca consideración que le tuve en un principio. Porque, en mi humilde opinión, si Doña Leonor no estuviese en el cielo, desesperemos todos, porque allí no entramos nadíe. Esa sí que fue una gran santa y con– fío que, tras de perdonar mi primitivo error, me ha de seguir protegiendo desde arriba, como lo hará, no lo dudo, con todos los que la invoquen". No lo duda usted, Don Quintín, ni lo dudamos nosotros. Doña Leonor ha protegido ya a muchos y seguirá protegien– do a todos cuantos, con humildad y confianza, se agarren al manto de su valimiento. 78
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