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muy ejemplar a Doña Leonor (era natural que mis compa– ñeros de trabajo fueran presentándome y dándome a cono– cer las personas más notables por su acción apostólica entre los obreros). Venía a encargarme de la Secretaría de los Obreros de Acción Católica y, como estoy escamado de la poca seriedad de nuestros católicos de hoy, quise seguir y tratar muy de cerca a la que mis compañeros me señalaban como a una santa de la abnegación, de la humildad y, sobre todo, de la caridad cristiana. Huelga decir las ganas que tenía de conocerla y tratarla personalmente y la ocasión se me presentó propicia. En el invierno de 1955, cuando se estaba construyendo la ENSIDESA de Avilés, no sé por qué circunstancias espe– ciales, numerosísimos obreros eventuales de todas las cate– gorías, sobre todo peones, llegaron a Avilés de las distintas regiones españolas, sobre todo de Andalucía, donde reinaba mucho malestar; pero a los pocos días tuvieron que evacuar para sus pueblos respectivos, intimimados por las Autorida– des, con tan mala suerte, que no pudieron hacerlo por en– contrarse el puerto de Pajares cerrado por la nieve. En la estación del ferrocarril del Norte estaban cente– nares de padres de familia con sus mujeres e hijos, la mayor parte sin ningún recurso y completamente desamparados, sin que de momento tuviesen ningún medio a su alcance para remediar las necesidades más perentorias. No sé quién nos dio la voz de alarma (creo que fue Doña Leonor), pero lo cierto fue que en la H. O. A. C. nos pusimos todos en movimiento y, por la sección de caballeros de Acción Cató- 75
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