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etc., etc., cualquiera, digo, que se fije solamente en esta corteza exterior, podría pensar que Leonor fue una persona del todo corriente, una de tantas personas piadosas que andan por el mundo, sin grandes problemas, sin grandes compromisos, sin grandes sacrificios. Pero, si rompemos la corteza exterior y penetramos en su mundo interior, veremos que no es así. Veremos que Leonor, a pesar de su sencillez y transparencia, era también la suma discreci6n, que sabía guardar muy bien el secreto del Rey, es decir, los dones recibidos de Dios, y esconder humildemente cuanto pudiera poner en evidencia ante el público su extraordinario espíritu de abnegación y peniten– cia. ¿Quién se enter6 jamás, fuera de su Director espiritual, que usaba un áspero cilicio de durísimo alambre con agudas púas, que torturaban su carne inocente y delicada? Pues ese cilicio, de 45 centímetros de longitud por cinco de an– chura (propio para usar indistintamente en brazos o piernas), está actualmente en nuestro poder. Además, Leonor sabía privarse de todo lo necesario, en ropas o alimentos, para socorrer a los necesitados. Estan– do en Madrid, después de la guerra, vio a un chico arrimado a la pared, medio muerto de hambre. Ella, que tenía tam– bién mucha hambre, no llevaba más que un real en el bolsillo, con él pensaba comprar unas galletas para engañar al est6mago. Pero se lo entreg6 al chico diciéndole: "Mira, no tengo más; pero, si te dan algo más por ahí, podrás tomar un café". "Pues mire, padre -termina ella su relato-, en el acto quedé como si hubiera comido un pavo; ya no tenía ni pizca de hambre". 57 ·
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