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ladones, etc., que superan la capacidad y exigencia de la naturaleza humana en su normal desarrollo hacia la per– fección cristiana, entonces tendremos que reconocer que la vida sencillísima de Leonor no nos da pie para atribuirle estos fenómenos. Aunque tampoco nos proporciona argu– mentos decisivos para negárselos totalmente. Si por mística, en su sentido más lato, en su sentido popular (al fin, ascética), entendemos la cumbre de la per– fección cristiana, alcanzada por la puesta en práctica de los medios ordinarios, normales de perfección: oración, morti– ficación, sacramentos, dirección espiritual, ejercicio constan– te de todas las virtudes, etc., entonces, sí, entonces tenemos que afirmar categóricamente que Leonor es alma mística y una mística extraordinaria. Es una estrella en el cielo de la santidad; pero no de segunda o de tercera, sino de primera magnitud, como Conrado de Partzan, Teresita de Lisieux, Contardo Ferrini, Pío X y tantos y tantos otros de la escuela de la sencillez evangélica. La segunda pregunta está ya formulada, ¿HIZO EXTRAORDINARIAS PENITENCIAS? Cualquiera que siguiera día a día los pasos de Leonor: Levantarse tempranito por la mañana (pocas horas le podían quedar para el descanso), ir a misa, comulgar, cumplir su deber de profesora e institutriz, entregarse al ajetreo de sus "apostolados menudos" (como los llamaba el Padre Revuel– ta), ir al Rosario y cultos de la tarde cuando podía, hacer su oración y lectura espiritual, despachar la correspondencia, 56

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