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de la pluma, ¿qué podemos pensar de esta mujer que no sabe, o no quiere, hablarnos más que de Dios, de la necesi– dad de la oraci6n y de la mortificaci6n, de la conversi6n de los pecadores, del reinado del Coraz6n de Jesús en todo el mundo, de la santificaci6n del trabajo, etc., etc? Ciertamente, tenemos que rendirnos a la evidencia de que nos encontramos en presencia de una mujer excepcio– nal, de una mujer extraordinaria en su sencillez, de una mujer anclada en el mundo del espíritu, de una mujer "cris– tificada"; en una palabra, de una mujer llena de Dios. La oración y la mortificación, esas dos alas que necesita el cristiano para remontar el vuelo de su espíritu a las cimas de la perfección, habían crecido en Leonor extraordinaria– mente. Tan grandes y tan acogedoras eran, que podían cobijar bajo su sombra a centenares y centenares de perso– nas humildes, que encontraban en ella la luz del consuelo y de la orientación, junto con el calor de la protección y de la ayuda material. ¿FUE LEONOR UN ALMA MISTICA? No podemos cerrar este capítulo sin formularnos otras dos preguntas: ¿Fue Leonor un alma mística? ¿Hizo extraor– dinarias penitencias? Respondiendo a la primera pregunta, tenemos que distinguir. Si por mística entendemos todos aquellos fenó– menos de orden sobrenatural: contemplaci6n infusa, matri– monio espiritual, éxtasis, raptos, visiones, locuciones, reve- 55
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