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que no haya en mí ni orgullo ni egoísmos, porque yo, cuan– do quiero, quiero tanto que soy muy inclinada al egoismo y a la pena". Si estos desahogos, si estas efusiones de amor de Dios teme Leonor que puedan ir contaminados de egoísmo, ¿qué diremos de nuestras ruines disposiciones y de nuestras frías plegarias? Pero sigamos escuchando a Leonor. "Yo no sé si he hecho bien o mal en escribir todo esto; pero "lo escrito, escrito está", diré yo también. Aparte de una amiga mía de Pravia, que ya muri6, con la que hablá– bamos de estas cosas, es usted, mi buenísimo padre (El Padre Revuelta), la primera y única persona a quien yo confío todo esto. Va usted a decir: "Leonor, la de Salamanca, se ha vuelto loca". Pero yo digo siempre a Nuestro Señor: "Haz que yo sea como Tú quieres que sea. Y ¡adelante! La peloti– ta de Dios, el caprichito de Dios. Le hará esto reir, como hago reir a todo el mundo, y yo, ¡tan contenta! Quiero decir siempre SI a Dios, y quiero que cada letra de cada palabra que pronuncie, piense, lea, escriba, cante u oiga, sean otros tantos actos de amor a Dios, etc., etc.". Efectivamente, toda la vida de Leonor no fue más que un SI para Dios: un SI a sus mandatos, un SI a sus consejos, un SI a sus deseos, porque deseó siempre ser -y lo fue de verdad- lo que Dios quería que fuera: ¡Una gran santa! "Hija mía, que seas una gran santa", le escribía frecuente– mente su madre, cuando era colegiala. Y, como quería tanto a su madre y todo lo de su madre le parecía tan bien, según confiesa ella varias veces, la obedeció tan perfectamente 52
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