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nos anonada. ¿Por qué? Sencillamente, porque Leonor es un águila caudal y nosotros unos pichoncitos, que todavía no hemos aprendido a desplegar las alas. Lo que sigue pa– recen sandeces, pero son locuras de los santos, que a los ojos de Dios son dardos de amor, centelleantes. "Le pido a Dios cierre el infierno y el limbo, que saque todas las almas del Purgatorio, que santifique a todos los hombres todo lo más posible, que le amemos todos con lo– cura, y le pido que, si puede ser (yo creo que no, pero El sabrá), que me dé, después de muerta, el don de TRILOCA– CION, para estar en el cielo, en el limbo (para que allí se le conozca, se le ame y se le dé gloria) y en el infierno, para que allí también se le conozca, se Ie ame y se le dé gloria; no sé si hago bien o mal en pedírselo, o si es pretensión orgullosa". San Pablo pedía ser anatema por Cristo, si ello contri– buía a la glorificación de Cristo. El Beato Diego José de Cádiz pedía estar a las puertas del infierno hasta el juicio final para no dejar entrar a nadie. A San Francisco de Sales parece que no le importaba condenarse con tal de poder amar a Dios en el infierno lo mismo que en el cielo. ¡Cosas de los santos! "Pido a Dios que si alguna vez me volviese atrás y me retractase de lo dicho, no haga caso, sino que quiero pensar y pedir siempre igual. Y quiero, con las partes más diminu– tas de todos los átomos, amar a Dios, alabarle, darle gloria, darle gracias, en fin, todo, todo, como si los átomos fuesen seres vivos. Y todo, todo eso deseo que seamos legiones en pedirlo y hacerlo y ofrecernos, para más gloria a Dios, y 51
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