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niñez la preciosa margarita del amor a Dios y a las almas, y no dudó en despojarse de todo para adquirir esa margarita preciosa y consagrar toda su vida y todo su tiempo al cultivo de esos dos grandes amores. Había personas -como Don Jesús Ceñal- que cari– fiosamente le reprochaban que no debía ser tan manirrota, tan pronta a dar hasta la camisa, si se encontraba con un necesitado; que tenía que pensar en el día de mañana: en la vejez, en la enfermedad, etc. Ella siempre respondía: "El Padre Celestial cuida de los pájaros del cielo, ¿ y no va a cuidar de mí?". Y es que su amor, su confianza en el Padre Celestial eran tan grandes, que descansaba como una niña pequeña en los brazos de la Divina Providencia. Ella pen– saba en el hoy, nunca en el día de mañana. ¿Acaso no rezaba todos los días: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". ? También le reprochaban que, a veces, se sacrificaba, se desvivía por personas torcidas, que luego la engañaban y la traicionaban. Leonor nunca se sentía del todo defrau– dada, nunca pensó que había arado o había sembrado en el mar. Su repetida frase "sembrar, sembrar; lo que importa es sembrar", manifestaba bien a las claras que siempre le quedaba la esperanza de que, aquella semilla del bien, que había depositado en aquel corazón duro, podría algún día fructificar. No faltaban personas que creían que Leonor era del todo feliz, que no tenía sufrimientos, que era insensible al dolor. ¡Como la veían siempre tan alegre! ¡Tremenda equi– vocación! El alma de Leonor era finísima era sensibilísima. ' Ella misma lo decía: "Yo soy como las cuerdas del arpa, 48
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