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poco calavera, pero me respetó siempre. Su madre no tenía miedo en dejarlo solo conmigo. Cuando sus amigas la re– prendían por ello, respondía: "Parece una mujer de 50 años, estoy tranquila con ella". La chica, de 16 años, parecía mayor que yo y era un poquitín rara. Pero la entendí bien, me amoldé a la situación, tan difícil, y Dios Nuestro Señor me ayudó tanto, que luego éramos como dos buenas amigas". Leonor pasa luego a contar sus peripecias, casi todas jocosas, en Durango, como lo había hecho antes en París. En gracia a la brevedad le permitiremos contarnos sólo una. "Otro día, que iba yo sola a algún recado, llevaba una prenda de vestir que tenía flecos, y con ellos enganché a un chico que pasaba por la calle, de tal manera, que ni él ni yo nos podíamos desenganchar y los dos nos moríamos de risa. Al llegar a casa dije: "Enganché a un chico en la calle y no se podía desenganchar". Excuso decir que nos sirvió para un buen rato de broma". Y, ¿qué dicen de ellas las familias en que trabajó como institutriz? Desde luego, todas coinciden en ponderar su competencia, su buen comportamiento, su espíritu de abne– gación, su comunicativa religiosidad... Don ESTEBAN BILBAO, Presidente de las Cortes Españolas cuando la muerte de Leonor, contesta así a Don Esteban B. Lana, que le había pedido datos sobre Leonor por haber estado algún tiempo en su casa: "...Pregunté a mi esposa por si tenía memoria interesante que poderle 38

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