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precipité adentro y por poco la tiro. Se asustó, pero mús cuando le conté lo del apache". Leonor era un alma del todo limpia, angelical, y no podía soportar la más ligera mota que empañara la blancura nívea de su pureza. Por esto, más que por ninguna otra cosa, el sobresalto de su corazón juvenil. Con su finísimo sentido del humor y la sonrisa siempre a flor de labios, Leonor sabía amenizar las conversaciones con variedad de chistes, cuen– tos y chascarrillos. Pero nunca salió de sus labios, ni celebró de labios ajenos, chistes o palabras equívocas que rozaran lo más mínimo la virtud angélica ele la castidad. Por este gran amor a la pureza se negó a salir con al– gunas de sus compañeras, profesoras. Era sencilla, como la paloma; pero también prudente, corno la serpiente. "Tuve otros peligros del alma, por las otras profesoras que ... había de todo. Pero me negaba a salir con ellas, en cuanto me di cuenta del peligro. ¡Cuánto debo a Dios!". El buen humor, fruto no sólo de su carácter, sino tam– .bién de la paz ele la conciencia y de la confianza en el Padre Celestial, hacían de su corazón un arroyuelo bullicioso y cantarín. El día de los Inocentes -en Francia era el primero de abril - fue ella la primera, por no decir la única, que se divertía dando inocentadas a sus compañeras, las profesoras. "Yo siempre estaba dispuesta a divertirme, las demás parecían unas sosas. Verá. A una le quité las medias y los zapatos. Las medias se las metí dentro del dobladillo de su 31
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