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lo quería mucho, la Superiora me dejaba ir a la terraza para verlo pasar de muy cerquita, porque casi se podía uno dar la mano. Le hacía yo primero la reverencia y, luego, según pasaba, lo saludaba con el pañuelo hasta perderlo de vista; y él lo hacía con la mano. Pues bien, cuando se mar– chó a Francia, cuando la República, le escribí y le recordaba que era yo aquella colegialita que le saludaba desde la terraza del Colegio. Le decía que si quisieron arrebatarle la corona de la tierra, la corona del cielo no se la podrían arrebatar. El me contestó afectuoso". Leonor se complace en contar sus travesuras (si trave– suras se pueden llamar), fruto de su carácter abierto, alegre, juguet6n. "Me gustaba ir siempre la primera, para ir en filas y para todo. Un día, al tocar la campana, eché a correr y, como el camino era cuesta abajo, me caí, rozándome toda la mejilla derecha. Me curé poco a poco "a lo caballo". Sigamos escuchando a Leonor. "En otra ocasión, en verano, estábamos en la clase de dibujo. Todas teníamos sed, pero la religiosa no quiso dar más permisos. Entonces se me ocurrió el pretexto de ir a pedir miga de pan para borrar el dibujo, y al paso beber y llevar agua a mis compañeras. Así lo hice y traje varios vasos llenos de agua, y la miga de pan en el delantal, y no tiré nada. Pero cuando una de las niñas estaba bebiendo descuidada, la vio la monja, y me llevé la riña, como es natural. Me castigó encerrándome con llave en esa clase durante la media hora de recreo, de la merienda. Pues ni 26

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