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"Otro sufrimiento que tuve fue al despedir a mi madre todos los veranos, después del mes de vacaciones que pa– saba conmigo, en casa de una tía francesa. Para mí era un verdadero suplicio, parecía que me moría de pena; tanto es así, que estuve años sin poder ver una estación o un tren cualquiera sin recordar esas despedidas y sin que se reno– vase la pena". Una de las cualidades de toda alma grande y noble es la gratitud y el amor hacia quienes se siente vinculada por los lazos de la sangre, de la amistad o de los beneficios reci– bidos. De ahí el dolor tan intenso que, aun siendo tan pe– queña, sintió Leonor por la muerte de su padre. Y, ahora que su madre era su todo en la tierra, ¿ cuál no sería su angustia, su sentimiento de soledad al verse arrancada, por la fuerza del deber, de los brazos de su santa y cariñosa madre? Ese amor tan grande a su madre la llevaba a cometer inocentes y aparentes locuras. "De pequeña, en Francia, en el Colegio, cuando me daban galletitas de postre, quería que mi madre participase de ellas y se las mandaba dentro de la carta, así como los cromos. ¡Qué inocentona eral La Superiora tendría que quitarlo antes de mandar la carta". LA PRIMERA COMUNION Leonor tenía un recuerdo gratísimo de su Primera Comunión, hecha en Francia a los once años. "¡Cuántas gracias tengo que dar al Señor por haberla 23

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