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luz. De esas almas elegidas que pasan por el mundo espar– ciendo por doquier rayos de bondad y caridad. Los juegos predilectos de Leonor eran éstos: la comba o cuerda de saltar, la pelota y, sobre todo, las muñecas. Siempre que su madre la iba a ver le pedía estos juguetes. "p d N ' ' I • d ero no to o eran rosas. o se por que tema un m1e o respetuoso a la Superiora, aunque la apreciaba, y a mi pro– fesora de música. Esta era muy buena y cariñosa y, cuando estaba de buenas, me daba mantecadas. Pero, generalmente, me metía mucho miedo. Cuando me equivocaba me cogía los dedos y pegaba con ellos en las teclas hasta hacerme sangre. Luego me reñía porque manchaba el piano con la sangre. La pobre lo sentía_ luego, y yo no le guardaba ren– cor, pero sólo la temía ... Como me ponía mala de miedo, tuvieron que cambiármela de profesora. Luego, todo iba bien. La pobre es que estaba enferma del estómago, y esa era la causa, no e1la". A la sensibilidad de nuestros días le sorprende y le irrita la dureza de los métodos pedagógicos de antaño. El slogan de entonces "la letra con sangre entra" nos resulta muy antihumano y repelente. Pero no es el genio áspero de la profesora lo que hiere precfaamente nuestra atención en este caso. Es el gesto dulce y generoso de la alumna el que nos hace abrir los ojos de admiración y de amor, al contemplar un alma tan grande encerrada en un cuerpo tan pequeño. Leonor fue siempre así: generosa, heroica, incapaz de guardar rencor, incapaz de pensar mal, de hacer daño a nadie ... 22
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