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lares de la única hermana que les quedaba en la tierra: la dulce y angelical LEONOR. Mas antes de adentramos en el estudio y la contem- ' plación de Leonor, sepamos algo de sus padres. Don Matías Pérez Mirat, médico cirujano, doctor por la Universidad Central de Madrid, era persona distinguida en Salamanca. Gozaba de muchas simpatías, tanto por sus prendas personales de caballero cristiano "sin miedo y sin tacha", como por su generosidad y competencia en el ejer– cicio de su profesión. Lejos de cobrar a los que comprendía que andaban escasos de recursos, les proporcionaba él mismo las medici– nas y se ponía por entero a su disposición. Se cuenta de él una anécdota sorprendente. ¿Producto de su ciencia? ¿Fruto de su virtud? ... El médico forense acababa de certificar la muerte de una joven de 18 años, clienta de Don Matías. Los familiares estaban haciendo los preparativos para el entierro. De pron– to se presenta Don Matías, examina a la joven ya amortajada y, volviéndose a sus desconsolados padres, les dice: "Vuestra hija no está muerta. Le ha dado un ataque y por eso no res– pira ni habla, pero está oyendo todo lo que se dice. No teman, yo la salvaré. Pidan a la Virgen que me ilumine". Y, frotando fuertemente a la joven, ésta vuelve en sí a las pocas horas, pidiendo que le dieran de comer. Sesenta años vivió todavía aquella mujer. Ella misma 12
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