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que, sin lazos de sangre, viven juntas muchos afi.os, viéndose los defectos, no es frecuente que se estimen y se elogien mutuamente. Sin embargo, ¡cuál no sería la virtud y bondad de Leonor que, a raíz de su muerte, Dofi.a María Manjoya escribe una carta s6lo para poner de relieve sus virtudes, sin reticencias ni cortapisas! Transcribimos algunos de sus párrafos. Dice: "Doña Leonor Pérez Docteur fue en vida constante en el trabajo que la sostenía para el día solamente; se dedicaba a dar clases particulares de francés e inglés que, con una constancia envidiable, cumplía a la perfección, y en momen– tos de descanso se aprovechaba de hacer el bien al obrero necesitado de instrucci6n religiosa, proporcionándole, a la vez que distracci6n, enseñanza de costumbres católicas por medio de revistas y periódicos, que buscaba en familias que observaban religión profunda ... Visitaba con una constan– cia admirable todos los domingos el Sanatorio del Naranco, llevándoles revistas y otras cosas, consolándolos con sus sencillas ensefi.anzas y buenos consejos a tener fe en lo que los pobres sufrían. Esto es poco. Cuando la vida se estaba poniendo tan cara, se lleg6 a privar por el mes de agosto de salir de va– caciones, que le correspondía y que ella tanto necesitaba para descanso de su cuerpo y de su espíritu... Sufri6 en sileneio, pero Dios la llevó al cielo como premio de su vida de sacrificio. Yo la admiro. Ella, desde el cielo, pide por todos, pues no necesitamos pedir por ella, sino que ella, agradecida, ruega por todos. Bendito sea Dios que la premió con la gloria sin fin". 148
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