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caldear más aquel coro de voces tan amigas, pero tan diversas. Terminado el funeral, entre plegarias y sollozos, la manifestación se fue disolviendo, mientras el cadáver de Leonor era conducido al cementerio de El Salvador, bien acompañado por un nutrido grupo de miembros de la HOAC. Estos sentían perder algo propio, algo entrañable, algo que formara como parte de su propio hogar o de su propio ser. No faltó quien, al ver la carroza adornada, material– mente cubierta de coronas de flores, dijera -con la mejor intención e interpretando el pensamiento de la homenajea– da - que con el precio de todo aquello se podía haber socorrido a varios necesitados, continuando así la obra cari– tativa de Leonor. Junto a la sepultura, antes de depositar en ella el cadá– ver, Don Bernardo Gil y otros miembros de la HOAC tu– vieron una feliz idea: -arrancar de la caja o ataúd el crucifijo, para llevarlo al Centro como la más preciada de las reliquias de Leonor. Leonor fue enterrada en la misma sepultura que su madre. Esta está cerca de la puerta de entrada, a mano de– recha. Sencilla sepultura, sencilla lápida, sencilla inscrip– ción, que dice así: 143
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