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protectora! Rosarios, medallas, estampas, escapularios, uten– silios de uso personal, el velo y hasta el hábito del Carmen con que fue amortajada iban desapareciendo o iban dismi– nuyendo pedazo a pedazo. Y, cuando ya no sabían de qué echar mano, se lanzaron sobre las flores con que estaba materialmente cubierta, sobre todo las que hubieran tenido algún contacto con su cuerpo o con el ataúd. Recuérdese cómo un grupo de enfermos del Sanatorio Antituberculoso del Naranco -medio escapados del sana– torio- hicieron allí también acto de presencia, portando en sus manos una corona de flores, en sus ojos unas lágrimas y en sus labios una plegaria. Por la estrechez de la casa mortuoria, el personal tenía que estar continuamente renovándose, algo así como cuando el Jueves o Viernes Santos se visitan los monumentos, en– trando y saliendo la gente continuamente de la iglesia. Por fin llegó el momento ele levantar el cadáver para conducirlo a la iglesia parroquial, a su querida parroquia de San Tirso. En aquel entonces todavía se llevaba el cadá– ver en automóvil. Este marchaba con extraordinaria lenti– tud, acomodándose al paso de la comitiva. Pero en el caso de Leonor no permitieron este procedimiento sus "queridos obreros". Ellos se comprometieron, en noble pugilato, a lle– varla en hombros hasta la misma iglesia, formando turnos de relevo. 141

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