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EL ENTIERRO La noticia de la muerte de Leonor corrió por todo Oviedo como reguero de pólvora. Y todos cuantos la habían conocido hacían el mismo comentario: "Era una santa, Doña Leonor era una verdadera santa". Todos la recordaban con cariño, todos tenían algo que contar de ella: alguna anécdota, alguna frase, algún favor recibido, algún gesto de su amable sencillez, de su serena humildad, de su exquisita caridad. Si muchos habían sido los que la visitaron de enferma, muchos más fueron todavía los que desfilaron por junto a su cadáver para rendirle el último homenaje de afecto, de gratitud, de admiración. Más que encomendarla a Dios -con el que sabían que está ya unida para siempre- lo que hacían la mayor parte era encomendarse a ella, para que los recordara desde el cielo, para que tuviera presentes sus problemas, para que guiara todos sus pasos ... Allí no se oían gritos desgarradores, como se oyen a veces ante la pérdida de un ser querido. Pero ¡cuántas lágri– mas silenciosas, hechas de pena y de emoción incontenibles, rodaron por las mejillas de hombres y mujeres, que se api– ñaban alrededor de su féretro, ávidos de llevarse algún recuerdo, alguna reliquia de su santa amiga, profesora o 140
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