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Nadie como la propia Leonor se hubiera asombrado, y hasta se hubiera reído, de este hecho verdaderamente ins6- Hto. Ella, que no tenía familiar alguno en Oviedo, se ve de repente rodeada de innumerables personas de todas las clases sociales -sobre todo de las más humildes- que la consideran madre, hermana, amiga, bienhechora y se creen en el derecho y en la obligaci6n de acompañarla y asistirla como tal. Pero la enfermedad del cerebro, mortal de necesidad, seguía su curso y, finalmente, el 29 de diciembre ya indica– do, se produjo el fatal y temido desenlace. Sin espasmos, sin estertores, casi sin agonía, su alma purísima abandon6 la fragilidad del cuerpo, dejando refle– jadas en su rostro la paz y la bondad que siempre le habían acompañado. Era también el signo de que había escuchado ya las palabras del Esposo Divino: "Ven, esposa mía, amiga , , d ,, mia. . . ven y seras corona a . Sin duda, Leonor muri6 como ella hubiera querido morir, es decir, en la brecha misma del trabajo, al pie del cañ6n, sin dar mucho que hacer a los demás. Ella hubiera suscrito el adagio popular "poco mal y buena muerte", no por lo que tiene de c6modo y egoísta, sino por lo que tiene de caritativo, evitando el hacerse gravoso a los demás. 139

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